sábado, 10 de septiembre de 2016

CUÁN POCOS SON LOS QUE AMAN LA CRUZ DE CRISTO





Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino celestial, mas muy poquitos que lleven su cruz.
Tiene muchos que desean su consolación, y muy pocos que quieran la tribulación.
Muchos compañeros para la mesa, y pocos para la abstinencia.
Todos quieren gozar con Cristo, mas pocos quieren sufrir algo por El.
Muchos siguen a Jesús hasta el partir del pan; mas pocos a beber del cáliz de la pasión.
Muchos honran sus milagros; mas pocos siguen el vituperio de la cruz.
Muchos aman a Jesús cuando no hay adversidades; muchos le alaban y bendicen en el tiempo que reciben de El consolaciones, mas si Jesús se escondiese y les dejase un poco, luego se quejarían o desesperarían.
Mas los que aman a Jesús por el mismo Jesús, y no por su propia consolación, bendícenlo en la tribulación y angustia tan bien como en la consolación.
Y si nunca les quisiese dar consolación, siempre lo alabarían y bendecirían, y harían gracias.
¡Oh cuánto puede el amor verdadero de Jesús, sin mezcla de amor propio!
Muy claro está que se pueden llamar mercenarios los que siempre buscan consolaciones.
Ciertamente más se aman a sí mismos que a Cristo los que de continuo piensan en sus ganancias y provechos
¿Dónde se hallará uno que sea tal, que quiera servir a Dios de balde?
Pocas veces se halla alguno tan espiritual, que esté desnudo de todas las cosas.
¿Quién hallará el verdadero pobre de espíritu, desnudo de toda criatura? De muy lejos y muy preciado es su valor.
Si el hombre diere su hacienda toda, aún no es nada.
Si hiciere gran penitencia, aún es poco.
Aunque tenga toda la ciencia, aún está lejos.
Y si tuviere gran afección y muy ferviente devoción, aún le falta mucho.
Y es una cosa que ha mucho menester, que dejadas todas las cosas deje a sí mismo, y salga de sí del todo y muy del todo, que no le quede nada de amor propio.
Y cuando conociere que ha hecho todo lo que debe hacer, piense haber hecho nada, y no tenga en mucho tener de qué le puedan estimar por grande: mas llámese en verdad siervo sin provecho, como dice la verdad: Cuando hubiereis hecho todo lo que os he mandado, aún decid: Siervos somos sin provecho. Y así podrá ser pobre y desnudo de espíritu, y decir con el Profeta: Uno solo y pobre soy. No hay alguno más rico, ni más libre, ni más poderoso que aquel que sabe dejarse a sí y a toda cosa, y ponerse en el más bajo lugar.


Imitación de Cristo, Kempis, Libro II, Cap. XI.